Subo la loma
verde ya escuchando ese sonido tan envolvente y llenador, sonido que se rompe,
muere y vuelve a nacer. Y de repente se abre la inmensidad para mí, una llanura
azul y sin fin que me es tan conocida. Ese mar, que no era cualquier mar, ya
que de la zona es el único que en esa parte de la playa se ha encaprichado con
romper de manera estrepitosa y sorpresiva, altas olas se levantan a dos metros
de la orilla donde uno, inocente y tranquilo, esta mirando la belleza del mar,
el cual de repente te estrella contra la arena con una ola gigante nacida de la
nada.¿ Pero como es que mas allá de esa ola es tan calmo? Y contra esa arena,
que no es cualquier arena, no es esa finita que parece polvo, no! Esta es gruesa
y áspera, que si se la mira de cerca parecen pequeñas piedras pulidas
pacientemente por ese antiguo mar.
Alejándonos un
poco de esas olas peligrosas, pero aun siendo alcanzados por una resaca de agua
salada en los pies, uno empieza a sentir el calor de ese sol amarillento,
amarillo como las puntas de los libros mojados, y dando gracias a ese dios
creador por las intermitentes ráfagas de viento que azotan nuestro cuerpo, que
no solo traen alivio al agotado organismo
sino que también vienen con algunos olores.
Aunque a veces
imperceptibles, uno sabe que viene igual. Es ese olor a moribundo, olor a
tiempo estancado, a mierda del desagüe que esta a varios kilómetros que nos
recuerda nuestra mísera existencia.
Miro hacia atrás,
a la arena seca y veo entre las grandes rocas blancas que contrastan con esas
lomas verdes tan vivas, viejos humanos, perezosos tomando sol, pensando en la
vida, sin moverse. Entre ellos, viejos lobos marinos que ya han perdido el
miedo por que están muy cansados y saben que el enemigo también, me observo a
mi mismo y no distingo mis manos de la arena. En el mar viejos patos que nadan
apaciblemente en ese mar brillando sin ganas bajo ese antiguo sol.
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